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Permafrost: la caja de Pandora del cambio climático

Lo que hay bajo el permafrost, se queda bajo el permafrost. Pero cuando se derrite todo se libera de golpe y las consecuencias pueden no gustarnos

Se habla mucho de la fusión de los casquetes polares por culpa del cambio climático. Esto, sin duda, es muy peligroso. Supone el aumento del nivel del mar, la destrucción del hábitat de muchísimas especies animales y un largo etcétera de efectos devastadores. Pero hay otra clase de hielo cuya desaparición también es peligrosa y a la que no hacemos tanto caso: el permafrost.

Se denomina así al conjunto de tierra, rocas y sedimentos amalgamados con un hielo que no se ha derretido en al menos dos años. Se calcula que el 15 % del suelo del hemisferio norte está compuesto por permafrost. Es abundante sobre todo en lugares como el Ártico, Siberia, Groenlandia, Alaska y la meseta tibetana. En el hemisferio sur también hay algo de permafrost en lugares como la Patagonia, la Antártida o Nueva Zelanda, pero es mucho menos abundante.

El 15 % del suelo del hemisferio norte está compuesto por permafrost

Este hielo puede permanecer cubriendo el suelo durante muchísimos años y esa es precisamente la causa por la que es tan peligroso que se derrita. Porque debajo esconde muchos peligros que han permanecido a buen recaudo, quizás durante siglos, y de repente salen de golpe hacia un mundo que no está preparado para ellos.

El efecto dominó del cambio climático

El cambio climático puede promover que el permafrost se derrita de dos maneras. Por un lado, a través del aumento de temperaturas propiciado por el calentamiento global. Y, por otro, mediante los incendios forestales, cada vez más frecuentes a causa de la sequía.

Por lo tanto, el cambio climático provoca efectos como el calentamiento global o los incendios, estos funden el hielo del permafrost y, finalmente, se abren varias nuevas hileras de fichas de dominó correspondientes a consecuencias muy diferentes, pero igualmente preocupantes.

Cuidado con donde pisas

Ya hemos visto que el permafrost es, en realidad, una amalgama de rocas, tierra y sedimentos que se mantienen juntos gracias al hielo. Si este se derrite, el suelo se vuelve inestable, pudiendo provocar deslizamientos.

Esto es peligroso por muchos motivos, pero especialmente porque en todo el mundo hay muchísimos edificios que están construidos sobre el permafrost, de manera que podrían derrumbarse. Por ejemplo, en algunas ciudad siberianas, como Yakutsk, el 80 % de sus edificios se erigen sobre el permafrost. Ocurre lo mismo con el 30 % de las edificaciones de la meseta tibetana. La fusión del permafrost en cualquiera de estos dos lugares podría ser catastrófica.

Lo que el permafrost esconde

Gases de efecto invernadero

Hay unas 1.500.000.000.000 de toneladas de carbono almacenados en el permafrost

El permafrost tiene cualidades positivas y negativas en lo referente a los gases de efecto invernadero. Por un lado, lo que está bajo el hielo, se queda ahí atrapado mientras que este no se derrita. Hay muchísima materia orgánica que se congeló antes de llegar a descomponerse, de tal manera que el dióxido de carbono y el resto de gases que podrían haberse desprendido con su descomposición se quedaron a buen recaudo. De hecho, se calcula que hay unas 1.500 gigatoneladas de carbono almacenadas en el permafrost. Eso son 1.500.000.000.000 toneladas. Unos 148 millones de veces las Torre Eiffel. 

Si el permafrost se derrite, todo ese dióxido de carbono, junto a otros gases de efecto invernadero, se liberarían a la atmósfera. Estos gases tienen el papel de evitar que las radiaciones solares que se reflejan en la superficie de la Tierra se disipen en el espacio y no calienten el planeta. Gracias a eso, tenemos una temperatura habitable. El problema es que por la acción del ser humano tenemos ya tal cantidad de gases de efecto invernadero que se retienen demasiado las radiaciones y el planeta se está calentando mucho más de lo debido. Es lo que se conoce como calentamiento global.

Por lo tanto, la liberación de los gases del permafrost aumentaría la temperatura global. A su vez, esta temperatura tan alta derretiría más superficie cubierta por permafrost, por lo que se seguirían liberando más gases, dando lugar a un círculo vicioso muy perjudicial.

Microorganismos olvidados

Entre esa materia orgánica que se encuentra congelada bajo el permafrost debe haber muchísimos animales que en su día murieron infectados por virus y bacterias que ya ni siquiera existen.

Esta no es una exageración. Hay un virus, el de la viruela, que ya no existe en la Tierra. Solo quedan unas pocas muestras guardadas a buen recaudo en laboratorios de alta seguridad, pero hace décadas que no circula entre los humanos gracias a las vacunas.

Esto puede llevarnos a hacernos una pregunta. ¿Por qué se conservan esas muestras? La causa principal es que se podrían utilizar para el desarrollo de nuevas vacunas o tratamientos llegado el caso. ¿Pero cómo va a llegar el caso si ya hemos dicho que el virus no circula? Bien, hemos visto que no circula sobre la superficie de la Tierra, pero nadie puede garantizarnos que no se encuentre bajo el hielo.

Si el permafrost se derrite y deja a la intemperie animales infectados con la viruela, esta podría entrar en contacto con algún humano y volver a ser infectiva. Si eso ocurriera tendríamos un problema enorme, pues la población mundial actual no tiene prácticamente inmunidad. Las personas mayores pueden conservar algo, pues sí que recibieron la vacuna, pero las más jóvenes no. 

Esto podría ocurrir con la viruela, pero también con otros muchos virus, hongos o bacterias. Todo tipo de microorganismos patógenos para los que nuestros sistemas inmunitarios no están preparados. 

Precisamente por eso, en Siberia hay un grupo de científicos que se están dedicando a analizar los animales que van emergiendo a medida que se descongela el permafrost. Algunos de estos investigadores pertenecen a la Universidad de Yakutsk y otros a los laboratorios Vektor, uno de los pocos que conservaron muestras de la viruela.

Ya han analizado mamuts, ciervos, lobos, caballos y algunos roedores y aves. Es imposible analizar absolutamente todo, pero de esta manera, al menos, pueden ir categorizando los microorganismos que han estado todo este tiempo bajo el permafrost, de manera que, si llegan  a infectarnos, estemos preparados para ello.

Grandes cantidades de radón

El radón es un gas radiactivo y cancerígeno que se forma en parte bajo la superficie terrestre por descomposición del uranio presente en las rocas. Una vez que se forma, se va liberando poco a poco al exterior. Si sale al aire libre, no hay ningún riesgo. También puede introducirse en los edificios, a través de grietas, por lo que es importante mantener una buena ventilación. Los niveles de radón dependen mucho de la región geográfica en cuestión, pues las rocas ricas en uranio se reparten por el planeta de forma heterogénea. 

En el caso de los lugares cubiertos por permafrost, ocurre algo similar a lo mencionado anteriormente con los gases de efecto invernadero. Lo que se forma bajo el permafrost, se queda bajo el permafrost. El problema llega cuando este se derrite.

Según un estudio de 2022, la fusión del permafrost en el Ártico podría dar lugar a una liberación catastrófica de radón. Esto se debe a que la concentración de radón bajo el permafrost se estima 12 veces mayor que en una zona no helada, pero con la misma composición geológica.

Por su composición, es esperable que bajo el permafrost del Ártico haya mucho radón, por lo que sería un gran problema que se liberara. Además, hay un segundo motivo por el que esto sería muy peligroso para los habitantes de esta región.

Fumar siempre es malo, pero con radón es peor

Ya hemos visto que el radón tiene efectos cancerígenos. Se considera la segunda causa principal de cáncer de pulmón después del tabaco. Pero eso no es todo. Crea sus propias sinergias con el tabaco, de modo que las personas que fuman y están expuestas al radón tienen probabilidades altísimas de desarrollar este tipo de tumores.

Las poblaciones que viven en el Ártico, conocidas como inuits, son muy propensas al tabaquismo. Se estima que en 2012 el 75 % de los hombres y el 74 % de las mujeres inuit fumaban. Estas cifras se han reducido un poco en los últimos años, pero no lo suficiente. Sigue habiendo un alto porcentaje de fumadores, de manera que la liberación del radón a causa de la fusión del permafrost sería muy peligrosa para ellos.

En definitiva, el permafrost es la caja de Pandora de nuestro planeta. Si se abre, puede liberar todo tipo de males. Por culpa del cambio climático, ya hemos empezado a ver su interior, pero no queremos seguir comprobando lo que hay dentro. Sin duda, este es otro motivo para hacer todo lo posible por ralentizar el rápido avance del cambio climático. 

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