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Productos de proximidad ¡sí!, aprende a cuidar el planeta mientras llenas tu despensa

Si llenamos nuestra despensa con productos de proximidad estaremos cuidando el planeta incluso de formas que no nos esperamos


A menudo nos preguntamos qué podemos hacer cada uno de nosotros, desde nuestro humilde lugar de consumidores, para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Está claro que las grandes soluciones vendrán de gobiernos y grandes instituciones, pero todo pequeño gesto cuenta y, sin duda, hay muchos que podemos llevar a cabo nosotros. Uno de ellos es la potenciación del consumo de productos de proximidad. 

Todos hemos escuchado alguna vez que esta es una forma de reducir nuestra huella de carbono. Tiene sentido. Cuantos menos kilómetros haya tenido que recorrer esa manzana que te has comido en el desayuno, menos emisiones de carbono derivadas del transporte se habrán producido. Sin embargo, este es un tema simple y a la vez complejo. Simple porque se entienden muy bien los motivos, pero complejo porque, a veces, lo que parece evidente no lo es tanto para las grandes compañías que se encargan de importar y exportar alimentos.

En este artículo, por lo tanto, vamos a aprender qué son los productos de proximidad, por qué es tan necesario consumirlos y, sobre todo, cómo podemos buscarlos. Pero también vamos a entender los motivos por los que a veces, por mucho que queramos, es imposible que todos los que consumimos sean productos de proximidad. Esto también es relevante, pues nos enseña que no debemos fustigarnos por no hacerlo todo perfecto. A veces no es sencillo y, al fin y al cabo, todo lo que hagamos por ayudar a enfriar el planeta cuenta.

Impacto de camiones

Antes de empezar a hablar de productos de proximidad, vamos a ver una historia real con la que se entiende muy bien lo complejo que es a veces consumirlos. La cuenta el científico ex miembro de la FAO José Esquinas en su libro Rumbo al Ecocidio.

Cuenta el experto que hace unos años se publicó la noticia de una colisión entre dos camiones en la frontera de España con Francia. Uno iba de España a Francia y otro hacía el recorrido contrario. Ambos iban cargados de mercancías que quedaron esparcidas por el asfalto. Cuando se acercaron los servicios de emergencias y algunos curiosos, solo vieron tomates en la carretera. ¿Dónde estaba la mercancía del otro camión? En realidad estaba ahí, porque ambos transportaban tomates.

¿Qué sentido tiene que un país tenga la capacidad para exportar tomates a otro, pero al mismo tiempo los importe, exactamente desde el mismo sitio al que los lleva? Cuenta Esquinas que un economista amigo suyo le contó que esto es algo bueno, pues cuanto más se compre y se venda más sube el Producto Interior Bruto (PIB). Sin embargo, la realidad es que se están emitiendo a la atmósfera una gran cantidad de gases de efecto invernadero que, en realidad, no tendrían que estar ahí. Son innecesarios, porque en España tenemos producción de tomates de sobra para poder autoabastecernos. 

Por ese motivo, aunque a veces demos por hecho al comprar tomates que serán productos de proximidad, no está de más mirar las etiquetas, porque podríamos sorprendernos. Y esto no aplica solo a los tomates, sino a casi cualquier producto. 

Muy bien, ¿pero qué es eso de los productos de proximidad?

Para hablar sobre los productos de proximidad, primero debemos tener claro qué es la huella de carbono. 

Esta se define, a grandes rasgos, como la cantidad de gases de efecto invernadero emitidos directa o indirectamente por la actividad de una persona, institución o compañía. Todos tenemos la nuestra. El efecto invernadero es necesario. Sin él viviríamos a una temperatura mucho menos acogedora que la que normalmente tiene nuestro planeta. Esto se debe a que nuestra atmósfera cuenta con una capa de gases que evitan que las radiaciones solares que se reflejan desde la superficie terrestre se disipen en el espacio y se pierdan. ¿Cuál es el problema? Que si esa capa es demasiado gruesa, cada vez escapan menos radiaciones y llega un momento en el que pasamos de una temperatura acogedora a otra demasiado cálida. Eso, dicho a muy grosso modo, es el calentamiento global.

Hay muchos gases que hacen que esa capa sea cada vez más gruesa. Entre ellos destacan, por ejemplo, el dióxido de carbono y el metano, pero hay muchos más. La cuestión es que el que más emitimos con nuestras actividades diarias es el dióxido de carbono, por eso es a su huella a la que más atención debemos prestar. Emitimos este gas de muchas formas, pero sobre todo podemos empezar por observar nuestros mecanismos de consumo de alimentos.

Y es que se calcula que los alimentos suponen entre el 10 % y el 30 % de la huella de carbono de un hogar. Además, el transporte supone el 19 % de las emisiones del sistema alimentario. Ese recorrido que hacen los alimentos desde donde se producen y almacenan hasta el lugar en el que los compramos puede liberar muchísimo dióxido de carbono a la atmósfera.

De media, los alimentos que tomamos recorren entre 2.500 y 4.000 kilómetros hasta llegar a nuestras despensas. Eso es muchísimo, sobre todo si tenemos en cuenta las emisiones que supone. Solo en España, en 2018 se importaron 43,35 millones de toneladas de alimentos, con los que se calcula que se emitieron unos 6.500 millones de toneladas de dióxido de carbono a la atmósfera. Pero vamos a verlo en esa unidad que no está en el sistema internacional de medidas, pero que es universal y muy fácil de entender. Vamos a medirlo en piscinas. Se calcula que 1 tonelada de dióxido de carbono equivale a llenar de este gas una piscina de 10 metros de ancho, 25 metros de largo y 2 metros de profundidad. Algo menos de la mitad de una piscina olímpica. Por lo tanto, estaríamos llenando miles de millones de piscinas olímpicas. Todo eso va a la atmósfera. 

Lógicamente, reducir el transporte de los alimentos que consumimos es esencial para reducir nuestra huella de carbono. Por ejemplo, en Estados Unidos han calculado que si se eliminara el transporte de los alimentos que se consumen en un hogar el ahorro equivaldría al de las emisiones de un coche que recorre 1.600 kilómetros. Aproximadamente la distancia entre Almería y Turín.

huella de carbono de los productos de proximidad
Our World in Data (Hannah Ritchie)

Pero no todo es la huella de carbono

No consumir productos de proximidad implica que nuestra huella de carbono es mucho mayor. Pero ese no es el único problema. Un buen ejemplo de ello lo hemos visto en España con las famosas semillas de chía. Se trata de un alimento muy rico nutricionalmente, que además se ha puesto muy de moda en los últimos años. No hay influencer que se precie que no se prepare un pudin de chía en algún momento y lo publique en sus redes. Es cierto que son muy buenas, pues a pesar de su reducido tamaño son una gran fuente de proteínas, fibra y grasas saludables. Como otras muchas semillas. Sin embargo, al contrario que otras semillas, como las de girasol, las de chía no pueden obtenerse en España, porque provienen de Salvia hispanica, una planta nativa de México, El Salvador, Guatemala y Nicaragua. También se cultiva en algunos otros países de Latinoamérica, pero nunca en España. Es necesario importarla desde esos lugares, por lo que su huella de carbono es inmensa. Pero hay algo más.

En 2021, varios científicos de la Comarca del Vallés Oriental, en Cataluña, alertaron sobre el riesgo que supone que las semillas de chía lleguen a los ríos a través de los sistemas de desagüe. Si fregamos los platos y quedan algunas semillas, pueden pasar al sistema de aguas residuales. También si ya las hemos comido, pues muchas no se digieren por completo. 

En el Vallés Oriental ya se han encontrado algunas plantas de Salvia hispanica en la orilla del río Besós, posiblemente por ese motivo. Eso es un problema, pues se han convertido en plantas invasoras. Se conocen como especies invasoras aquellas que llegan a un hábitat que no es el suyo y proliferan muy bien, desplazando a las especies autóctonas. En España pasa por ejemplo con las cotorras argentinas. Llegaron hasta aquí como mascotas, pero la gente empezó a liberarlas y actualmente roban los recursos a los pájaros autóctonos y a veces incluso se comen sus huevos. Esto es muy peligroso, por eso se deben controlar a conciencia este tipo de especies.

semillas de chía
Freepik

La chía está prosperando muy bien en la ribera del Besós, aprovechando los nutrientes del suelo y otros recursos de forma más eficiente que las plantas autóctonas. Con el tiempo, puede suponer la desaparición de algunas de esas plantas. Esto no tiene nada que ver con el dióxido de carbono o el efecto invernadero, pero es otro motivo para consumir productos de proximidad. 

¿Pero cómo podemos buscar los productos de proximidad?

Bien, por definición, se conocen como productos de proximidad aquellos que se han producido a menos de 100 kilómetros del lugar en el que se consumen. Para priorizarlos debemos tener en cuenta varios factores.

El primero es tomar productos locales y, sobre todo, de temporada. Si intentamos comer una fruta fuera de su temporada, es muy posible que venga de un lugar muy lejano y haya requerido un transporte muy largo. También es bueno que prioricemos las tiendas de barrio. Posiblemente un tomate de la frutería del barrio tendrá más probabilidad de ser de proximidad que uno adquirido en una cadena de supermercados. Pero, aun así, es importante leer las etiquetas y hacerlo a conciencia. A veces vemos que un producto viene de un lugar cercano, pero si lo leemos con detenimiento descubrimos que, en realidad, en ese lugar solo se envasó. La producción fue a muchísimos kilómetros de distancia. 

Si prestamos atención a todos esos factores y priorizamos los productos de proximidad en la medida de lo posible, estaremos cuidando el planeta a muchos niveles distintos. Incluso si no podemos hacerlo siempre. Y es que esto no se trata de sentirnos culpables si añadimos unas pocas semillas de chía al desayuno, sino de conocer las alternativas y actuar con conocimiento, mejorando nuestros actos en la medida que nos permitan nuestras circunstancias. Eso también es importante si queremos velar por el planeta en el que vivimos. 

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