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3 Innovaciones de la biotecnología para una alimentación sostenible

Llevar a cabo una alimentación saludable es importante, pero de poco sirve si no es también sostenible. Necesitamos cuidar nuestro salud sin olvidar la del planeta en el que vivimos


Hoy en día estamos bastante concienciados con la importancia de seguir una alimentación saludable. Las redes sociales repletas de creadores de contenido que nos animan a ello tiene mucho que ver, sin duda. Sin embargo, a pesar de haber avanzado tanto en ese sentido, seguimos sin dar la misma importancia a otras cuestiones, como la distribución justa de alimentos o el hecho de tener una alimentación sostenible. Comer sano es importante, sí, pero lo ideal es hacerlo a la vez que cuidamos de nuestro planeta, con alimentos cuya producción haya tenido el menor impacto ambiental posible. Esto es bastante complicado hoy en día, pero, por suerte, la biotecnología ha salido ya al rescate numerosas veces, y posiblemente lo seguirá haciendo a medida que avancen sus herramientas. 

Gracias a la biotecnología disponemos de biopesticidas que atacan justo donde tienen que hacerlo, sin dañar el resto del ecosistema. También obtenemos un aporte nutritivo completo sin necesidad de abusar de alimentos cuya producción requiere grandes cantidades de agua y energía. Y, hablando de agua, podemos alimentarnos de plantas creadas genéticamente para crecer sin necesidad de un riego excesivo. Esto es útil para que las plantas resistan a la sequía derivada del cambio climático, pero también para reducir su impacto ambiental.

Estas son algunas vías por las que la biotecnología nos ayuda a tener una alimentación sostenible y saludable. Porque el futuro debería ser justo ese: disponer de alimentos sabrosos, seguros y nutritivos sin cargarnos por el camino el planeta en el que vivimos.

¿Qué es una alimentación sostenible?

Se define como alimentación sostenible aquella cuyos productos se obtienen con el menor impacto ambiental posible. Esto no solo incluye una huella de carbono reducida y el consumo justo de agua. También es necesario respetar la biodiversidad y los recursos naturales, todo ello sin dejar a un lado la seguridad alimentaria. Y es que, lógicamente, una alimentación sostenible también tiene que ser segura. Eso es algo innegociable. 

¿Cómo nos ayuda la biotecnología a alcanzarla?

Según el Artículo 2 del Convenio sobre la Diversidad Biológica de las Naciones Unidas del año 1992, se define como biotecnología toda aplicación tecnológica que utilice sistemas biológicos y organismos vivos o sus derivados para la creación o modificación de productos o procesos para usos específicos. La biotecnología es muy útil para el ser humano. Hay muchísimos tipos, clasificados por colores. Desde la biotecnología blanca, dirigida a aplicaciones industriales, hasta la roja, cuyo fin es mejorar la medicina. También hay otros colores, como el azul, que se relaciona con el mar, el marrón, asociado al suelo, o el gris, cuyos fines son precisamente ambientales. Pero, aunque esta última podría relacionarse con el desarrollo de una alimentación sostenible, en realidad la que nos ocupa en este caso es la verde.

La biotecnología verde nos puede ayudar a obtener alimentos más sostenibles

La biotecnología verde es aquella dirigida a mejorar la agricultura. Gracias a ella se pueden obtener nutrientes para que las plantas crezcan fuertes en suelos nutricionalmente pobres, o incluso cultivos ricos en compuestos que puedan ayudar a tratar una enfermedad concreta del ser humano. Hay de todo y, por supuesto, también existen muchas herramientas que ayudan a que los alimentos que ingerimos sean sostenibles. Estos son algunos de los ejemplos más interesantes.

Plaguicidas que van a la raíz del problema

La inmensa mayoría de plaguicidas que se usan en agricultura son de amplio espectro. Eso quiere decir que son eficaces contra la plaga que afecta a los cultivos, pero también contra otros insectos beneficiosos para ellos, como las abejas. Incluso pueden dañar a animales que no son beneficiosos para los cultivos, pero tampoco les hacen ningún mal, con todo lo que eso supone para el ecosistema. Y eso por no hablar de que algunos pueden ser también perjudiciales para el suelo o los propios seres humanos.

Es urgente buscar otras opciones y aquí la biotecnología tiene muchas formas de ayudar. Por ejemplo, se considera biotecnología el control biológico de plagas, en el que se escogen especies de insectos que sean depredadoras de las que causan las plagas y se liberan de forma controlada en los cultivos. Un buen ejemplo que todos conocemos es el de las mariquitas que se alimentan de los pulgones. O, uno muy usado en agricultura, el de los ácaros que depredan a la araña roja. Incluso se pueden emplear aves insectívoras.

Las mariquitas son una opción perfecta de control biológico de plagas.
Las mariquitas son una opción perfecta de control biológico de plagas. Crédito: Freepik

Otros ejemplos de bioplaguicidas son los que emplean sustancias tóxicas naturales, como la toxina Bt. Se trata de una toxina producida naturalmente por Bacillus thuringiensis, una bacteria conocida por su capacidad para infectar y matar distintas especies de insectos. Cada subespecie de la bacteria afecta a distintas especies de insectos, por lo que se pueden seleccionar de modo que solo ataquen a una plaga, pero no al resto de insectos que rodean el cultivo. Para ello, no se usa toda la bacteria, sino que se aprovecha su toxina más conocida. 

La toxina Bt, llamada así por la bacteria de la que procede, se encuentra en el interior de unos cristales liberados junto a las esporas bacterianas. Dichos cristales se deshacen cuando se exponen a un pH alto, como el que predomina en el sistema digestivo de los insectos. Los humanos tenemos un pH bajo en nuestro sistema digestivo, por lo que si ingiriésemos por accidente los cristales no se liberarían las esporas. Pero, aun así, si lo hicieran tampoco habría ningún problema, ya que para que la toxina sea funcional necesita ser procesada por unas proteínas que se encuentran también en el sistema digestivo de los insectos a los que afecta. Es un doble check que protege a otros animales de su efecto. Ahora bien, si todo esto ocurre y la toxina se libera y se vuelve funcional, comienza a formar poros en los intestinos, causando la muerte rápida del insecto.

De todos modos, si no queremos control biológico ni toxinas todavía podemos recurrir a una estrategia aún más avanzada de la biotecnología: cultivos modificados genéticamente. Estos pueden, por ejemplo, adquirir la capacidad de fabricar ciertos ARN de interferencia. Es decir, moléculas de ARN que impiden que se fabriquen proteínas concretas. Se han llegado a obtener cultivos de maíz capaces de liberar ARNi con las instrucciones para evitar que algunos de los insectos que afectan sus cultivos puedan sobrevivir. Por lo tanto, es la propia planta la que ataca a la plaga. No se necesita nada más.

En busca de la proteína perfecta

Una alimentación sostenible debe contener una proporción baja de alimentos de origen animal, ya que está más que comprobado que la huella de carbono y el consumo de agua para obtener este tipo de productos es muchísimo más elevada que la de aquellos que tienen un origen vegetal. Por ejemplo, para que llegue a nuestras mesas un filete de ternera se liberan al ambiente 100 veces más de carbono que con un kilo de tomates. 

El problema es que, por un lado, algunas personas son reacias a renunciar al sabor de la carne y, por otro, la proteína animal suele ser más completa nutricionalmente que las que tienen un origen vegetal. En estos casos, de nuevo, podemos encontrar soluciones gracias a la biotecnología.

Con respecto a lo primero, se puede obtener carne en un laboratorio. Esto se hace cultivando células madre del animal en cuestión. Por ejemplo, con las células de una sola vaca, extraídas mediante una biopsia y sin necesidad de sacrificarla, se puede hacer crecer tejido muscular y darle forma de filetes, albóndigas o hamburguesas. Esas células se pueden replicar durante muchos ciclos, de modo que no es necesario mantener a muchas vacas. Es cierto que estos son mecanismos cuya huella de carbono aún debe reducirse, pero se espera que en un futuro se puedan optimizar los procesos para que sea más sostenible.

La huella de carbono de la carne cultivada en el laboratorio es muy alta, pero hay otras opciones interesantes.
La huella de carbono de la carne cultivada en el laboratorio es muy alta, pero hay otras opciones interesantes. Crédito: Freepik

Hasta que eso sea posible, también tenemos la carne artificial que se obtiene a base de plantas, con proteínas vegetales, pero cuyo sabor puede imitar al de la carne. Esto último, por ejemplo, es posible gracias a la adición de componentes como el grupo hemo, que se encuentra en la hemoglobina e interviene tanto en el color de la sangre como en el sabor de la carne. Algunas plantas, como la soja, tienen una variante vegetal de la hemoglobina, llamada leghemoglobina, cuyo efecto es muy parecido. Por eso, se ha estudiado la forma de obtenerla industrialmente utilizando levaduras como reactores. La proteína resultante se puede añadir a la carne vegetal, para que ni el más agudo de los paladares pueda encontrar la diferencia. 

Y si no queremos ni animales ni plantas, siempre nos quedarán los hongos o el aire. Las micoproteínas se consideran también muy completas nutricionalmente. Por eso, ya hay empresas que han estudiado la forma de hacer crecer a escala industrial ciertas especies de hongos, aportándoles materia vegetal como fuente de glucosa para que obtengan todos sus componentes. A partir de esta glucosa, los hongos llevan a cabo unos procesos fermentativos en los que también se obtiene etanol, que se puede derivar a otras industrias. Esa es otra de las grandes ventajas de la biotecnología. Todo se aprovecha.

Si quieres una alimentación sostenible, no desperdicies el agua

Desgraciadamente, el cambio climático nos está trayendo periodos de sequías cada vez más crudos. Por eso, si queremos llevar a cabo una alimentación sostenible necesitamos cultivos que no requieran mucha agua para sobrevivir. En esto también tiene mucho que decir la biotecnología, ya que gracias a ella se pueden obtener plantas modificadas genéticamente para aprovechar mucho mejor el agua, aunque sea poca. 

Por ejemplo, ya se ha logrado desarrollar plantas que pierden menos agua, gracias a la manipulación de sus estomas. Estos son unos poros que se encuentran en las hojas y se abren o se cierran dependiendo de las condiciones climáticas. Normalmente, se cierran cuando hace calor, para evitar la pérdida de agua, mientras que cuando hace frío se abren para que pueda entrar dióxido de carbono y salir oxígeno. Este flujo de gases es esencial para que se lleve a cabo correctamente la fotosíntesis. 

Las plantas cierran los estomas cuando hace mucho calor para perder menos agua.
Las plantas cierran los estomas cuando hace mucho calor para perder menos agua. Crédito: Anne Jea. (Wikimedia Commons)

Teniendo esto en cuenta, se pueden obtener plantas con una menor cantidad de estomas, de modo que, incluso cuando los abran, la pérdida de agua no sea excesiva. Justamente se trata de la línea de investigación de un grupo de científicos del Centro de Innovación Avanzada de Bioenergía y Bioproductos (CABBI por sus siglas en inglés), ubicado en la Universidad de Illinois. Sí que es cierto que se ha visto que, con el gen modificado, las plantas desarrollan menos estomas, pero más grandes, por lo que el ahorro de agua no es tan alto como se podría esperar, pero sí suficiente para que las plantas resistan bien la sequía. 

Por otro lado, hay científicos que están estudiando las vías hormonales necesarias para que las raíces de las plantas lleguen a más profundidad, de modo que puedan aprovechar mejor el agua. 

De todos modos, no siempre es necesario recurrir a la ingeniería genética o la manipulación hormonal. En el Centro Internacional de Investigación Agrícola en Áreas Secas (ICARDA por sus siglas en inglés) de Marruecos se ha logrado obtener cultivos resistentes a la sequía simplemente seleccionando aquellas cepas que año tras año han mostrado necesitar menos agua para subsistir. No se modifican sus genes, sino que se eligen las plantas que han logrado resistir naturalmente y se favorece que se reproduzcan. 

Y es que, en realidad, la biotecnología a veces es simplemente eso. Nuestros antepasados ya la ponían en práctica hace miles de años cuando seleccionaban los mejores cultivos y potenciaban su reproducción. También lo hacían cuando preparaban cerveza, pero esa ya es otra historia. 

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